A veces creemos que comunicar bien es hablar más. En realidad, es pedir mejor.
La queja descarga tensión, pero rara vez cambia nada. Pedir, en cambio, abre la posibilidad de cambio.
Cuando la queja se vuelve rutina
Decimos “siempre estás con el móvil” o “nunca me haces caso” esperando que el otro reaccione, pero en realidad solo estamos mostrando malestar, no diciendo qué necesitamos.
Desde el análisis funcional, una queja suele reforzarse porque nos permite liberar frustración, aunque no resuelva el problema. Por eso es tan fácil repetirla.
Transformar la queja en petición
El cambio es simple, aunque no fácil: en lugar de señalar lo que el otro hace mal, se formula lo que uno desea que ocurra.
“Nunca me escuchas” → “¿Podemos hablar diez minutos después de cenar, sin pantallas?”
“Siempre llegas tarde” → “¿Te parece si el próximo día salimos quince minutos antes?”
Pedir es más vulnerable que quejarse, porque implica reconocer la propia necesidad.
Pero es también la conducta que tiene más probabilidad de generar conexión.
Por qué funciona
Las peticiones claras y concretas activan otra función en el otro: la cooperación.
Reducen ambigüedad, aumentan la sensación de control y evitan el juego de culpa–defensa.
En pareja, en familia o incluso en terapia, aprender a pedir cambia la dinámica completa.
Pequeño experimento para esta semana
Elige una queja habitual y tradúcela en una petición.
Observa qué ocurre.
El objetivo no es obtener un sí, sino comprobar cómo cambia el clima cuando expresas tu necesidad de forma funcional.
📖 Continuación: https://raulvaleropsicologia.es/analisis-de-una-discusion-por-que-a-y-b-siempre-discuten-por-los-platos-sucios/
¿Te reconoces en esta dificultad?
Podemos trabajar juntos cómo comunicar desde la claridad y la conexión, no desde el reproche.


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